Este mes de diciembre de 2018 cierra con dos acontecimientos trágicos que, a cualquier feminista comprometida y no tan comprometida, afecta de manera exacerbada y dolorosa.
En primero de los acontecimientos se anunciaría el 14 de diciembre con la terrible y lamentable desaparición, y más tarde aparición sin vida, de la profesora Laura Luelmo, en El Campillo, Huelva. Laura es de esas trágicas muertes que no computarán para la ley de violencia de género como una asesinada más. Sin embargo, la recordaremos en la memoria colectiva, al igual que pasa con Diana Quer, como una víctima trágica propia de la morbosidad más tajante del patriarcado. De ahí que rápidamente surgieran todo tipo de movilizaciones, desde manifestaciones, concentraciones, minutos de silencio en plazas, institutos, colegios e instituciones, así como menciones constantes en todos los medios de comunicación relatando cada segundo de todo lo acontecido en torno a Laura. Y no se merece menos, la pena es muy grande, la rabia aún mayor.
El segundo acontecimiento se manifestó unos días antes de la desaparición de Laura. El 10 de diciembre se archivó la causa de las cuatro temporeras marroquíes que interpusieron una denuncia al empresario Antonio Mato por acoso sexual. En este caso afortunadamente no debemos lamentar ninguna muerte. Así y todo no son buenas noticias, el archivo de la causa se sustenta para el juez del caso, porque la denuncia de las temporeras es una “maniobra” para evitar su vuelta a Marruecos una vez terminada la temporada de la fresa.
Mencionar este inquietante y terrible acontecimiento en un “segundo lugar” habiendo sucedido antes de la desaparición de Laura no es ningún error. Para las temporeras no surgió rápidamente una contestación popular, una respuesta inmediata, ni un seguimiento del caso, ni una preocupación por sus vidas. La sororidad no llega a tanto. Pero, ¿por qué?
Para los medios de comunicación y para las instituciones solo uno de los fatales acontecimientos tendrá verdadera relevancia como para movilizar a miles de mujeres en esta, nuestra lucha feminista. Y el feminismo hegemónico dictará las pautas de la lucha de las feministas. Reconocerá, antes de que nadie diga o piense nada, a las buenas víctimas por las que habrá que luchar sin desmedida, a viva voz llenas de rabia. Y dejará a la sombra a las víctimas que no son suficientemente buenas como para reconocerlas y luchar también por ellas. La ecuación es sencilla: una buena víctima debe ser principalmente blanca, preferiblemente nativa, de clase acomodada y a ser posible con estudios o en formación, en una franja de edad ni excesivamente joven ni demasiado mayor, y por supuesto heterosexual. Bajo estos requisitos se puede crear una masa uniforme que sepa luchar por sus derechos: contra el techo de cristal, por la brecha de género y la conciliación familiar, y, contra la violencia de género. Pero nada que tenga que ver con aquellas que se les cae el suelo a sus pies serán aptas para la lucha del feminismo hegemónico, las malas víctimas, las extranjeras, migrantes, pobres, demasiado viejas o excesivamente niñas, las “discapacitadas”, las travas, las putas.
Es cierto que parte importante de culpa para crear estas categorías provienen de los medios de comunicación y las instituciones, pero no es menos cierto la falta de responsabilidad de las activistas feministas en un posicionamiento claro y contundente. El activismo feminista debería ser ya lo suficientemente maduro como para no hacer comparaciones y andar eligiendo a sus víctimas (mártires) en una selección elitista.
De esta forma solo se consigue crear rencillas entre las feministas, reforzando y fortaleciendo la hegemonía de un único y válido feminismo, bajo la falsa premisa de que existir existen muchos feminismos, y todas entramos en él.
Si realmente existen muchos feminismos debemos hacer el ejercicio de responsabilizarnos y saber cuál es nuestro feminismo. De lo contrario estaremos luchando en más de una ocasión codo a codo con nuestras peores enemigas.
Apostar por un feminismo emancipador para todas las mujeres es principalmente apostar por un feminismo interseccional, que contemple el discurso y las prácticas de clase y racialización, así como las luchas por la tierra, el cambio climático, y que se mantenga en todo momento en el lado de las oprimidas. Si queremos luchar por la emancipación femenina, mucho antes de elegir las malas y las buenas víctimas debemos mantener un compromiso activo con todas aquellas que se les cae el suelo a sus pies, tal como dijo Angela Davis en su conferencia en su paso por Madrid el pasado octubre.
Si queremos la lucha por la emancipación de las de abajo es de vital importancia acercarse a las activistas y teóricas que llevan años y años aportando a la causa: Angela Davis, bell hooks, Silvia Federici, Audre Lorde, Monique Wittiq, etc. Pero también a otros no menos importantes por no haber sido feministas como Fran Fanon, Michel Foucault, Benjamín Walter y un largo etcétera.
Si apostamos por un feminismo interseccional hemos de saber que el oponible opresor de una mujer no siempre es un hombre, que también puede ser una mujer, una mujer blanca pequeño burguesa. Porque la clase y la racialidad, así como el capacitismo no son menos opresores que el patriarcado.
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